Un canto afónico de felicidad aúrea
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Se alzan de las profundidades dibujando piruetas inverosímiles; se mueven al compás de la lírica insonorizada, siguiendo vibraciones estancadas: por la fluidez del fluido, imitando a los delfines con sentido; se revuelven intangibles las narices retorcidas para acallar el sabor de la derrota; se rasga el agua, se cercena el líquido elemento, se moldea el estuario comprimido por las ondas de un inquebrantable movimiento; se…renas; si..renas.
A veces me pregunto si no serán apariciones, o espíritus terrestres sin pulmones, u ondinas sin branquias ni membranas. ¿Tímidas u olvidadas? Difíciles de ver; todo el día anegadas en una rutina que cala, tanto de piel como alma; empeñadas en lograr la summa perfectionis; empeñadas en conseguir esos tesoros que sólo afloran los días señalados. Entonces, ¿por qué no utilizan más su canto? ¿Acaso nos llenamos los oídos de cera o nos atamos al poste de la nave del salón? Quizá es que nadie lo amplifica: el esfuerzo, en estos tiempos, es un valor demodé. ¿Por qué? ¿Qué sé yo? Me facilitaría las cosas; o quizás terminara la ilusión. Porque verlas bailar en directo es sumamente imposible a no ser que estés aburrido y hagas zapping y el dedo resbale hasta el número 2 mientras el horario de la zona de danza esté en más menos tres o cuatro. Es cierto; siempre nos cogen desprevenidos; sin salpicar ni una gota, sin hacer ni un ruido; veni, vidi, vinci; llegan y triunfan, sin que se inmute ni uno de sus pelos cobijados ―encerados― de un lacado waterproof.
¿Cómo no dedicarles unas líneas? ¿Qué es media hora de trabajo pulmonar frente a toda una vida bajo el agua? Aún están frescas las horas, presentes los momentos, en los que descendieron al abismo y consiguieron el tesoro; merecido tesoro; merecidísimo tesoro.
Felicidades, señoritas.
Felicidades… sirenitas.
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