Las insólitas aventuras de Francisco Tomás. Prólogo
No soy de los que les gustan los nombres compuestos. Pero qué se le va a hacer. La santa de mi madre, que Dios la tenga en su gloria, decidió ponerme el nombre del santo que más celebrara su onomástica. Lo hizo por despecho, eso sí, porque a ella, su padre, el abuelo Evaristo, amante de la cultura clásica, la llamó Penélope en plena II República, o lo que es lo mismo, le quitó cualquier posibilidad de celebrar su santo. Henchida de envidia ante la imposibilidad de imitar a sus amigas mientras celebraban tan magno acontecimiento durante la dictadura, maldiciendo al destino por haber nacido en una época en la que no se necesitaba anteponerse un nombre católico, apostólico o romano, y no habiendo encontrado ninguna Penélope que canonizar, decidió que su hijo tendría que resarcirse algún día. Así que abrió un almanaque y descubrió que Francisco podía celebrar el suyo bien el cuatro de octubre, el veinticuatro de enero, el dos de abril, el tres de julio y el tres de diciembre y que Tomás, ídem de ídem, el tres de julio, el veintiocho de enero, el veintidós de junio, el diez de octubre y el veintinueve de diciembre. Decidió llamarme entonces bien Tomás o Francisco. Pero no se decidía, así que juntó los dos nombres y surgí yo, de entre los mares del santoral más arcaico.
¿Qué te apetecería que hiciera ahora Francisco Tomás?
a) Que siquiera rajando de su persona.
b) Que se dejara de monsergas y pasara a la acción.
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