La válvula pilórica

Ja, ja, ja, ja. Los chorros de bilis saltan por la garganta, regurgitando de entre las cavidades inferiores, corroyendo lo que queda del esófago, destruyendo la tan manoseada válvula pilórica del asqueroso Ignatius Jota. En mi caso es el destino el que se conjura contra mí, no los necios. Al fin y al cabo, ¿cómo iban a hacerlo si no me conocen ahora ni me conocerán jamás? Palpita el corazón aterido, congelado de apatía; caen los brazos al costado, al son de los fluidos derrramados. Baila el cuerpo entre espasmos; y gimen los pulmones; y cantan los salmones; como cuando remontan a la muerte en sus desobes. Se oye a lo lejos el canto de un grillo, anunciando la locura. Los cuervos empiezan a picarse unos a otros en sus ramas mientras esperan que expire: su fin será mi inicio. Imagino a alguno de ellos picoteando entre mis cuencas oculares mientras el más listo masca el globo ocular que tan pacientemente se ha molestado en desprender del nervio. La imagen es nauseabunda, pero ya no me queda nada más en el estómago que expulsar al exterior. Aún así el amago de contracción se produce, aunque sólo hay aire: oxígeno, nitrógeno y argón sin forma definida... ni cojón... digo, ni color. Morado. Violeta. Púrpura. El color de la penitencia; el de los mantos imperiales; el del lujo y el poder. Entonces ocurre. Un halo de luz mortecina logra atravesar el sopor de la angustia. Las fosas nasales se abren hasta el paroxismo para engullir aire puro: se hinchan los pulmones y el mecanismo de la vida vuelve a funcionar a plena potencia. Las heridas se han cerrado bajo el gusto que produce el bienestar de después de la tragedia. Inundado de adrenalina presiento un futuro mejor. ¿Será eso posible? Será lo que Dios quiera... y el diablo nos permita.
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